viernes, 22 de septiembre de 2017

BUENAS TARDES BEATRIZ

Sonó el teléfono.
Beatriz, como de costumbre había situado el dichoso aparato en su mesita de noche.
-          ¿Beatriz Vives? 
-          Sí, soy yo.
-     Le llamo para notificarle que estando en la lista de aspirantes a interinidades, le corresponde la cobertura de la siguiente vacante… ¿Está usted,  disponible?

La respuesta fue afirmativa. 
Únicamente se trataba de dos horas en horario de tarde, no resultaba incompatible con su jornada de trabajo actual y además le daría una escasa, pero al fin y al cabo puntuación para la oposición a la cual había decidido presentarse. Tras este breve esquema mental, su respuesta fue afirmativa.
Dieron las 5, se enfundó en una indumentaria apropiada a la situación y tomó rumbo al tanatorio. Cuando llegó su puesto ya estaba vacío. Se introdujo en el robusto ataúd. Tras acomodarse,  emprendió su cometido.
No era la primera vez que cubría una vacante de ese estilo. Estaba ya familiarizada con el puesto. Con lo cual las miradas y los llantos de la familia del titular de la plaza no le producían asombro ni malestar alguno.
De repente se percató de que algo extraño sucedía. Las miradas pesarosas de los parientes de su sustituido se tornaron inspectoras.
Muchas de esas miradas enfocaban hacia una única dirección: sus piernas. Descubrió que el vello de dichas extremidades era horriblemente exagerado. Su grosor y longitud se asimilaban a las de su propio cabello. No se podía creer que aquello estuviese sucediendo. ¿De dónde habían salido? ¿Cómo es posible que no se hubiese percatado antes de lo que sus perniles  piernas poseían?
Los allí presentes comenzaron a señalar con el dedo. Las miradas lánguidas se volvieron burlonas y algún que otro susurro sonaba a regocijo.
-          Siempre mete la pata.
-          Yo ya decía que no valía.
-          No da la talla. No apta
Llegó la angustia, y respirar resultaba cada vez más complicado. Conocía aquella reacción en su cuerpo, la había experimentado en infinitas ocasiones.
Inesperadamente, resonó una voz profundamente clara con tono proverbial:
-          Buenas tardes Beatriz, soy tu subconsciente. Necesito descanso, estoy enfermo.
Algunas de tus emociones me han declarado una especie de guerra fría…
Esto es muy largo y agotador Beatriz, comenzó en tu infancia y no cesa, sino que crece en intensidad y me arrastra al cataclismo.
La rabia me acusa, es un atroz fiscal. Me somete a denuncias tras denuncias:
No lo conseguirás. No eres apta. No vales, eres inferior. ¿A qué demonios has venido? Sólo causas problemas. ¿No ves a los demás?
La tristeza me abruma, no me ofrece descanso y me acorrala de angustia.
¿Y el miedo Beatriz? Me abraza, me oprime y me estruja.

Beatriz, no he venido a juzgarte, solamente ha llegado el momento de poner remedio, es la hora del indulto, de la caridad y el auxilio. Dame un respiro, permíteme que encienda la luz, desaprende lo que te han enseñado, decanta esos falsos valores aprendidos y  acoge a tu querida y coherente adulta y ya permite reposar a tu niña herida.

Sin más sintió que el féretro se zarandeaba. La persona a la cual sustituía no había regresado y el momento  del sepelio se aproximaba.
Se percató de que ya nadie la observaba. La caja había sido sellada.
Se asustó. ¿Cómo diablos acudiría al día siguiente a su lugar de trabajo? Aquella no era su plaza. ¿En qué momento nadie había reparado que ella no era la ocupante de la tal puesto?
La acorraló el pánico.
Percibió el traslado desde su posición horizontal en la caja. Crucero en funerario vehículo, entrada y salida de la iglesia y el correspondiente ingreso en panteón mientras repiqueteaba la típica banda sonora propia de las honras fúnebres.
Se presentó el silencio. Tras reposar un impreciso periodo de tiempo con los párpados tumbados, intuyó la ausencia  de los tabiques de la urna opresora. Los olores percibidos ya silbaban conocidos. 
Al sentirse libre, se sentó en el misterioso lecho y al izar la vista a modo panorámico advirtió pasmada se hallaba en su propio cuarto y en su propia cama.
Su mente volaba a gran velocidad, ¿Qué había ocurrido? ¿Una pesadilla? No recordaba haberse dormido ni sentía síntomas de mareo o algo parecido, incluso se sentía más despejada que nunca.
Observó el calendario en su móvil, la fecha que recordaba no se correspondía. El último momento que su memoria reconocía era haber acudido a realizar una sustitución un cuatro septiembre. Sin embargo el datario marcaba que se vivía a lunes, lunes trece de agosto.
Eso la alivió, la llevó a la conclusión de que todo había sido un extraño sueño. Aunque se le hizo un poco raro el hecho de que el reloj marcara las ocho de la tarde y que no podía recordar el hecho de haber iniciado una siesta. No le dio importancia.
Sonó el teléfono. La voz que sonaba era de su profesor de academia que la había formado para la oposición a educación que se había presentado. Había superado el proceso selectivo.
Miró hacia un lado, observó un certificado.  Daba fe de una sustitución de dos horas, el cuatro de septiembre en aquella dirección que sí recordaba.
Así aprendió, que en ocasiones los entierros no salpican despedidas, sino reencuentros, reformas  y renacimientos.

Ya lo decía Henry Ford: “Tanto si cree que puede lograrlo como si no, tiene usted razón”



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